Fue al agarrar la cabeza decapitada de su odiado Cicerón y mirarla de frente, cuando a Fulvia Flacca Bambola se le ocurrió liberar el moño de las horquillas doradas para el pelo que intentaban contener sus rebeldes cabellos. La inconfundible verruga en forma de garbanzo en la nariz de su enemigo, la frente ancha, la boca al fin cerrada, silenciada para siempre, las gotas de sangre coagulando en torno al incisivo corte en el cuello que mancharon sus muñecas al rozarlo. Aspiró el aire y el hedor a muerto le pareció incienso perfumado.
Desde la tribuna de la rostra, junto al Umbilicus Urbe, el centro del mundo, contemplo al pueblo abarrotando la Vía Sacra. Escuchó su clamor. Decidió que debía actuar de manera especial mientras disfrutaba de la situación. Por fin, con el silencio de aquel lenguaraz, se había obrado la venganza contra los patricios. Por fin había honrado la memoria de sus abuelos senadores, nacidos plebeyos y ejecutados por enfrentarse a los terratenientes. Pensó en Publio Clodio Pulcro, su primer marido, en las innumerables polémicas con Cicerón de las que siempre había salido derrotado. Júpiter sabía que ella le había apoyado en todo, que había utilizado buena parte de sus riquezas en promocionarlo, que le hubiese seguido ayudando si la parca no se lo hubiera llevado en una estúpida trifulca entre su banda de matones y la de Tito Anio Milón. Pobre tonto Publio. Cómo hubiera disfrutado de la escena.
Menos mal que Publio le había dejado descendencia, Clodia. Porque el hado de Cayo Escribanio Curión, su segundo marido, ese excelente orador de verbo comparable a la lengua viperina de Cicerón, resultó mucho peor. Y eso que se había convertido en uno de los favoritos de César tras su apoyo económico al alejarse del conservador Pompeyo y unirse al bando de los plebeyos. Pero en plena Guerra Civil, después de invadir triunfalmente Sicilia, había desembarcado en África al mando de sus legiones, seguro de su victoria, y había caído en la emboscada de Juba I, rey de Numidia, aliado de Pompeyo. Fue la única derrota de Julio César en aquella guerra cargada de ambiciones.
Sin embargo, los ojos vacíos de alma de Cicerón le recordaron que ya no hacía falta preocuparse de esas contingencias. Ahora Marco Antonio, su tercer marido, ese gran guerrero, ese bello espécimen, porte elegante, pectorales duros como el bronce, vigor desenfrenado en el lecho, el más noble de los hombres, que había decidido mostrar públicamente la cabeza de su enemigo en la rostra junto a sus manos también cortadas, en pleno Foro, frente al Templo de la Concordia, se proclamaría señor del mundo entero. Se habían acabado las críticas de ese retórico demagogo enemigo del pueblo. Se habían terminado las intrigas con los otros cónsules. Ya se encargaría ella de Octavio. Por algo le había casado con su hija Clodia.
Sí, ya sabía que Antonio se acostaría con otras mujeres, más jóvenes, más bellas. Antonio era un mujeriego. Pero siempre volvería con Fulvia y sus hijos. Y ella le perdonaría. Y continuaría financiando sus legiones. Porque, a fin de cuentas, iba a ser la mujer más poderosa del mundo. Por algo era más inteligente, y más experta intrigando en la antesala del poder, y más fuerte que la mayoría de los hombres que la rodeaban, esos inútiles que se habían atrevido a desafiarla, como el abominable Cicerón.
Rememorando los sufrimientos pasados y contemplando una vez más la expectación que había levantado entre la concurrencia, puso la cabeza entre sus rodillas y, con toda las fuerza que le permitieron sus nervudas manos, tiró del mentón hacia abajo, abrió sus labios e, iracunda, clavó repetidas veces las horquillas para el pelo en la lengua de esa víbora. Un líquido viscoso y oscuro surgió de su boca silenciada.
Fuentes:
2 comentarios:
Muy buen post, sí.
Nunca pude con Cicerón, es de esos personajes (históricos) a los que no podía imaginarles un error, una mala salida, un desplante. Esa perfección es muy peligrosa, porque el que está enfrente solo puede combatirla con sus pulsiones más animales.
Saludos.
Gracias por el comentario. Me estoy pensando una versión más posposmoderna pero no estoy seguro.
Saludos.
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