Otra película en que Shoehi Imamura, el excelente director de cine japonés, utiliza la historia del Japón para rodar una película. Esta vez la trama se desarrolla coincidiendo con el final del shogunato de Edo (hoy Tokio) en la segunda mitad del siglo XIX, el ascenso de una élite de jóvenes ambiciosos y la implantación del Imperio del Sol Naciente con capital en Kioto, que dirigiría el país con mano de hierro, obteniendo notables éxitos expansionistas hasta la derrota final frente a los aliados en la Segunda Guerra Mundial.
El protagonista, Genji, regresa de EEUU después de seis años en una clara alusión a los nuevos vientos provenientes del mundo exterior que soplarán a partir de entonces en Japón. Encuentra a su mujer trabajando para un pintoresco circo y pronto se embarcará en las intrigas y corruptelas que rodean al Shogun. Los problemas con su mujer y el reflejo de la vida popular del Japón son el corazón de la película. Se observan con distancia los tejemanejes políticos y las intrigas que acabarán con la vida de muchos amigos de Genji.
No es una película histórica en el sentido estricto. Los protagonistas de la película no lo son de la historia del Japón, sino que sufren en sus carnes esa historia.
De nuevo el director pone en juego todos sus recursos habituales, como la influencia de expresiones populares como el manga, la utilización del sexo como algo habitual en las relaciones humanas, la plasmación del sufrimiento humano, o la complejidad de las relaciones entre las personas.
Imamura nos brinda una lección de historia en formato cinematográfico, cuidando los detalles en vestimenta y formas de vida, entreteniendo, riéndose de sus propias raíces y mostrándonos la alegría por la vida que caracteriza a las clases no dirigentes, que se sintetiza casi al final de la película en una extensa escena de rebelión popular un tanto lúdica donde el pueblo prefiere divertirse que intrigar. Una secuencia memorable, colorista, alocada, divertida aunque con final trágico, como la misma interpretación de la historia cuando ya no se es un idealista.
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