La segunda expresión del poder fue la tierra, la explotación de la tierra. La expansión helénica en el Mediterráneo coincidió con los excedentes agrarios; los patricios romanos, las familias que se repartirían el Mare Nostrum tras las Guerras Púnicas, eran grandes terratenientes; también eran grandes terratenientes los nobles chinos que apoyaron la dinastía Han, el poder imperial más estable en la historia de la China antigua.
Resulta curioso, pues cuando la tierra se convierte en el bien más preciado, no hace tanto tiempo que el hombre ha dejado de ser nómada para convertirse en sedentario y vivir de la explotación de la tierra que, por cierto, es uno de los pasos más importantes para controlar el entorno y no depender de la azarística provisión de la naturaleza. A partir de ese momento, el hombre pasará a depender de su esfuerzo y de la climatología.
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