Y todo se debe a ese continuo afán de los occidentales por enfrentarse y competir por el poder. Si se deslocalizó la industria y se buscó mayor riqueza a partir de productos financieros y especulativos, allá por los 80, fue para vencer al gran enemigo del capitalismo: el comunismo. Y ese enfrentamiento venía de lejos. Era la nueva versión de la competitividad occidental que se había iniciado con la compentencia entre las repúblicas italianas, había continuado disfrazada con los conflictos por las guerras de religión, había llegado a su apogeo de poder con el colonialismo y el enfrentamiento entre Gran Bretaña y Francia, y había sufrido su capítulo más trágico con el surgimiento de Alemania en el reparto del poder que desembocó en las grandes guerras europeas.
Sin embargo, ahora que parece que tanto enfrentamiento se muestra baldío para el dominio del resto del mundo, uno se pregunta por la razón que se esconde tras ese mecanismo tan humano como es la competición por el poder. ¿Cuál es la razón de que actuemos así? ¿Existe un por qué?
El mundo se ha hecho más pequeño y requerimos de estados supranacionales, por encima de las naciones-estados, de los imperios, de las ciudades estado y de las tribus. Pero, ¿hacia donde nos dirigimos? ¿Cuál será la próxima estación?
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